lunes, enero 21, 2008

luz



Los dos son luz, reflejo el uno del otro, luz entre ellos, suspendida en el aire en el que no están, detenida, sin respiración quieta de vela, pero sí de calor. De luz y silencio.


Dos veces al mes, paso por delante de ese montón de basura y revuelvo entre papeles de oficina y cartones, pañuelos manchados de carmín o mostaza para encontrar la pila de poemas numerados que alli abandonas, dos veces al mes, a mi alcance, las palabras se circunscriben unas a otras, se hacen comunes las diferencias que se expanden con tus ondas de optimismo, me alcanzan y me estremece descubrir que se han transformado en sentimientos compartidos, percepciones de dos locos imaginativos... Es un lago de ilusión, yo en la arena, tú en suaves olas hasta la orilla me besas de diez en diez veces la piel y yo te abrigo con esa sonrisa tan tuya que curva las letras hacia arriba -busca que te busca los puntos- sobre las ies que se dibujan en mis mejillas. (Eterna fiesta en que enciendes toda las bombillas de nuestras ramas).

Lo descubrí un día al apearme del autobús en la Cientocuatrobé y voló hasta mi pierna una hoja escrita a mano. Sacudí el pie para que se desprendiera y siguió ahí abrazada, mirándome desde abajo como se mira desde arriba a un poema tatuado en la pierna: sincronizados en un abrazo ciego. Con toda la luz de su empeño, la cogí y sin mirarla caminé con ella arrugándola entre mis dedos -y ella agarrada a mi mano- hasta el montón de basura del cruce con la calle Amarilla, para tirarla. Ignorante aún de que era la hoja la que me alumbraba la noche y el camino. Allí había una pila de papeles desordenados, numerados, diecisiete. Reconocí el formato. Leí entonces el que todavía permanecía en mi mano y me llevé los demás a casa. Me dieron las tres de la mañana, leyendo y releyendo aquella tempestad de emociones. (Desde entonces, las luciérnagas revolotean ebrias en mi ventana cual botellón en tu plaza)

Cada noche pasa a la misma hora excepto cuando intervienes tú y te plantas enmedio de la calle con los brazos extendidos en cruz. Llegados a este punto, intersección de la calle Naranja y la Cientocuatrobé, el camión de la basura se detiene chirríando sus neumáticos. El conductor aprieta los dientes, te maldice y jura que la próxima vez te atropella sin más miramientos... Pero eso ocurre cada diez, doce o quince días, no hay manera de saber cuándo vas a aparecer, no hay forma de prever cuándo saltarás al asfalto para interrumpir la labor de los basureros.

Uno de ellos se limita a jalearte, mirada de si-no-te-quitas-de-ahí-te-voy-a-meter-dos-hostias, "pobre loco", piensa. Tú te quedas alli plantado un par de minutos y luego te vas tranquilamente.

Es el tiempo justo que necesito para acabar de revolver entre la basura de la esquina, entre la calle Amarilla y la Cientocuatrobé. Porque cuando dos veces al mes puedo salir del trabajo antes de hora, el transporte público me deja allí antes de que se hayan llevado los escombros y recojo en esa esquina poemas que alguien que desconozco deja apilados a la basura.

(...Ella no sabe que, después de depositar los poemas, me voy a la esquina de la Cientocuatrobé y la calle Naranja y espero que aparezca su autobús. Cuando llega el camión de la basura antes que ella, me planto de un salto enmedio de la calzada y le monto el numerito al basurero, lo entretengo y veo como ella camina hasta los poemas. Entonces le guiño un ojo al conductor y me voy silbando algo alegre. La luz de su rostro al descubrir mis escritos me ilumina durante los siguientes quince días para seguir escribiendo los poemas sonrientes que la luz dibuja)

martes, enero 15, 2008

a tu mirada le ofrezco...




Tremendo impacto visual encontrarme con tu mano, tus dedos, tus ojos, tu hombro, tu desnudez pudorosa, tu impúdica mirada.

Terrible no saber contarte cómo me has desafíado y me has enredado entre sílabas y versos, aunque sé que no es a mi a quien miras los pezones, ni escribes. Ese perfecto equilibrio tuyo entre mirada y verbo que me provoca sensación estremecedora de descarga eléctrica, la satisfacción de correr hasta quedarme sin aliento y detenerme en el aire en pleno vuelo, dejarme llevar entre dos corrientes de aire, sobrevolar tus aguas y tus arenas, saciar la sed de belleza con tus letras, ganarme el descanso al sol, estremecerme-regocijo-entre tus versos.

Aplaudirte y marcharme en silencio, aplaudirte en silencio y quedarme, retener la respiración, para que no notes, para que no sepas que he venido a leerte y me has hecho brillar de orgullo porque redescubro el gozo que me provoca tu forma de escribir: el placer de encontrarme con todos los ángulos de tu expresión, tu perfecta geometría.

Bello es tu desplante, créeme que me hiciste disfrutar y cuanto más te leo menos sé cómo corresponderte. Por eso me fui sin hacer ruido, sin dejar huella.

Ahora, aquí, tan sólo se me ocurre ofrecerle hoy a tu mirada... la espalda

Inspirado en el post "Te miro"