miércoles, julio 12, 2006

si la vida te da limones...

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Me ha contado que de pequeña se reían de ella por eso de su voz metálica. Ella nunca se burló del gordito relleno, ni de la cuatrojos, ni tampoco del mulato hijo de un marine que atracó una vez en el puerto y no volvió, ni del que se reía como un cerdo o la niña de las orejas de soplillo y diadema rosa. Pero sí se carcajeaba de su propia particularidad. Nunca se opuso a que la llamaran C3PO, aunque a ella quien le gustaba realmente era Hal 9000 y siempre que tenía ocasión lo imitaba y se dejaba caer en el suelo como si se desinflara y entornaba los ojos, a punto de un desmayo, cantando cada vez más lento, con gran comicidad, para deleite de todos los presentes que agradecían el numerito con fuertes aplausos: Daisy, Daisy...
Ahora trabaja de actriz de doblaje en el cine. Le ha puesto voz a robots femeninos, androides con tetas tipo Madonna, Afrodita A pareja de Mazinger Z, replicantes, etc. Tiene un novio guapísimo, me cuenta entusiasmada. "Es un calco exacto de Roy Batty, el lider de los Nexus 6 de Blade runner, creado por el ser humano pero más inteligente y más fuerte. Folla como nadie".

Y cuando nos interrumpe una llamada que promete ser un latazo, simplemente contesta: "el teléfono que ha marcado está apagado o fuera de cobertura. Por favor, inténtelo de nuevo pasados unos minutos".

lunes, julio 03, 2006

hay un año para cada comienzo

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Apoyada en su pecho, la mujer le lee su cuento que va de un árbol que sostiene entre sus ramas una cabaña-refugio diminuto con una ventana al mar dorado al atardecer. El espacio alberga un baúl que esconde un mapa secreto sin tesoro pero con un laberinto por el que se pierde una mujer que lee en voz alta y sobrevuela el cielo gris de Santiago un tres de julio. Allí, en una calle sin nombre, aterriza casualmente sobre un hombre con sombrero y bufanda burdeos. La mujer llega con su entusiasmo de sol a regalarle la risa y mientras caminan por las calles a oscuras con el sonido de sus pasos en el asfalto, él le cuchichea al oído que pueden escribirse unas cuantas cartas. (Ella lo escucha colgada de su manga y piensa que esas palabras dan para muchas mañanas. Luego le muerde la boca y el cuello y le besa lenta, lentamente los labios en una esquina del quiosco del cerro). Descubren que los ojos espejo de él reflejan las ganas de vivir de ella y abren sus alas para descender juntos hasta una playa donde se posan entre las rocas, al abrigo del viento y las anestesias que conquistó el tiempo y las ganas. Allí, lejos de los depredadores, él recobra la serenidad y sigue contando: la historia de un hombre árbol que albergaba a una mujer-refugio entre sus fuertes piernas de rama y esconde en su pecho un cofre lleno de tesoros sin mapas, ni laberintos, ni sueños truncados, pero sí con besos a decenas que regresan por la única ventana al mar de sus ojos dorados. Y versos y palabras. Mece a la mujer cono su voz de violoncello. Los dos se arropan con los susurros de las olas incansables y el futuro cierto.

Es tiempo de brindar con una copa de Merlot, sin estruendo, por un año desvanecido. Nada.

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